. . . donde la discreción y la prudencia no tienen cabida y las palabras adquieren la dimensión justa de lo que cada cual esté dispuesto a percibir.

Viajar con la lectura


-¿qué haces?- le preguntó.
-viajo- respondió él.
No pudo reprimir una sonrisa, pese a estar medio dormida. Hacía apenas unos días, Tin Win le había explicado que no se limitaba a leer los libros, sino que viajaba con ellos, que lo transportaban a otros países, a otros continentes, y que con su ayuda conocía a gente nueva; no, incluso, hacía nuevos amigos.

Jan-Phillip Sendker, en 'El arte de escuchar los latidos del corazón', (fragmento)

Jan-Philipp Sendker


Evidentemente, no me refiero a aquel arrebato de pasión que creemos que nos durará toda la vida, que nos mueve a decir y hacer cosas que al cabo del tiempo lamentamos, que nos hace suponer que no podemos vivir sin una determinada persona, que nos lleva a temblar de miedo al pensar que podemos volver a perderla. Aquel sentimiento que nos vuelve más pobres, no más ricos, porque queremos poseer lo que no podemos poseer, queremos tener lo que no podemos retener. Ni tampoco me refiero al amor físico ni al amor propio, parásitos que gozan de camuflarse de amor interesado.

Hablo del amor que vuelve la vista a los ciegos. Del amor que es más fuerte que el miedo. Hablo del amor que dota a la vida de un sentido que no atiende a las leyes de la caducidad, que nos hace crecer y no conoce fronteras. Hablo del triunfo del ser humano sobre el egoísmo y la muerte.

Jan-Philipp Sendker, en 'El arte de escuchar los latidos del corazón', (fragmento)


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