. . . donde la discreción y la prudencia no tienen cabida y las palabras adquieren la dimensión justa de lo que cada cual esté dispuesto a percibir.

Gabriel Celaya, en 'Educar'

Hoy, en este espacio, se siente un inmenso vacío















Educar es lo mismo
que poner motor a una barca…
hay que medir, pesar, equilibrar…
… y poner todo en marcha.
Para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino…
un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia
concentrada.

Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.

Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes,
hacia islas lejanas.

Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera
enarbolada.

Gabriel Celaya, en 'Educar'

Neruda y su poesía

Si me preguntan qué es mi poesía debo decirles no sé;
pero si le preguntan a mi poesía,
ella les dirá quién soy yo.


Pablo Neruda

Sosiego al anochecer

Durante meses muchos fueron los conocimientos y circunstancias que poco a poco fueron revelándose y ayudaron a despojarse del vendaje que había cubierto sus ojos. Un intenso dolor estremeció todo su ser cuando al fin comprendió que en este mundo se había transformado en una cometa lanzada al viento por la persona en la que tanto había confiado.

El espejo apenas reflejaba su imagen oculta entre la niebla. Sintió frío y estaba oscuro pero se trataba de comerse la agónica amargura y seguir adelante.

La ceremonia fue sencilla. Mezcló a partes iguales tristeza y decepción, tomó el vendaje y lo impregnó. Abrió la caja de recuerdos en busca de la torpe y rebelde herida que en ocasiones aún sangraba. Con lentitud fue cubriéndola hasta que al fin quedó totalmente oculta.

Aquel anochecer, con sosiego, vio alejarse los recuerdos de un tiempo lejano que no volverá. 
Y, por fin,
 durmió.

Nell
Lienzo de Annick Bouvattier


El pecado de Eva

Nací un mes de octubre
al menos eso reza en mi documento de identidad
pero yo, sinceramente,
no guardo ningún recuerdo de ese día
como tampoco recuerdo los pecados cometidos,
en mi otra vida,
aunque debieron ser graves
porque la condena fue el destierro
en un lugar sepultado por las cenizas del infierno.

Eva se apresuró. Sus manos sudaban. Le pareció que el aire apenas alcanzaba su pecho. Extendió la mano. Su palma derecha tocó la áspera piel vegetal del árbol. Abrió los dedos. Oyó el retumbo de su cuerpo que palpitaba entero queriendo salirse de su envoltorio. Cerró los ojos. Entreabrió los párpados. Seguía de pié en el mismo lugar. Estaba viva. Nada había cambiado. No moriría, pensó. Comería y no moriría. Envalentonada se acercó a la rama más baja, tomó el fruto oscuro, suave al tacto. Lo llevó a su boca y lo mordió . . .
Gioconda Belli, en 'El infinito en la palma de la mano'
Premio Biblioteca breve 2008
*Imagen adquirida de la web, desconozco la autoría



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