. . . donde la discreción y la prudencia no tienen cabida y las palabras adquieren la dimensión justa de lo que cada cual esté dispuesto a percibir.

La mujer de rojo


Con tranquilidad y en silencio, siguiendo el protocolo habitual de las ocasiones especiales, aquella mañana cubrió la suave piel de su cuerpo con el vestido rojo que tanto la gustaba, escogió para la ocasión los zapatos azules de tacón alto, y con paso firme se dirigió hacia la estación con la decidida intención de subir al tren en busca de la verdad.

Cuando lo vio llegar su mirada se detuvo en uno de los vagones. Sorprendida observó a aquella mujer arrogante y sonriente que por su ventanilla asomaba. Era la misma mujer que días atrás tanto daño la había causado con sus malvadas difamaciones y calumnias. La miró detenidamente durante largo tiempo y fue entonces cuando pudo percibir toda la miseria y mezquindad que habitaba en aquel cuerpo. Sintió lástima de ella.

El tren se puso de nuevo en marcha pero la mujer del vestido rojo decidió no subir. No merecía la pena malgastar un segundo de su tiempo y energías reclamando aquella verdad. El tiempo se ocuparía de ello. El tiempo siempre pone a cada uno en su lugar -se dijo-.

Dio media vuelta y con paso tranquilo emprendió el camino de regreso.

Nell, en 'Una mujer una vida'
Lienzo de Annick Bouvattier

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