Alguien debe
decirme algún día cuando su mente cambió de rumbo al caminar
Lienzo de Alysa Monks
No, no es cansancio...
Es una cantidad de desilusión
que se me entraña en la especie del pensar.
Es un domingo al revés
del sentimiento,
una vacación pasada en el abismo.
No, cansancio no es...
Es que yo esté existiendo
y también el mundo,
con todo lo que contiene,
con todo lo que en él se desdobla
y que es por fin
lo mismo variado en copias iguales.
No. Cansancio, ¿por qué?
Es una sensación abstracta
de la vida concreta
algo así como un grito
por dar,
algo así como una angustia
por sufrir,
por sufrir completamente
o por sufrir como...
Sí: o por sufrir como...
Eso mismo: como...
¿Como qué?
Si lo supiera,
no habría en mí este falso cansancio.
Fernando Pessoa, en 'No, no es cansancio'
Lienzo de Steve Hanks
No sé dónde estás y esta carta la escribo, no por ti, no por lo que eres, tal vez por el pasado, tal vez por las cálidas y sosegadas horas que tu locura o capricho me hayan regalado. Y si digo locura no pienso en tu cabeza frágil, transmutable y voluptuosa, sólo pienso en los instantes en que de infernal pasión parecía tu corazón entregarse, como deshojando uno a uno los pétalos de una rosa. O tal vez escribo para mí, escribo para mi corazón, escribo para mi alma, o escribo para mis sentimientos que alguna compensación han de tener por haberlos feriado a cambio de vanidad y sufrimiento. [...] ¿Sabes lo que es el alma?, ¿sabes dónde se aprende a vibrar, a gozar y a sufrir con el dolor, la alegría y la esperanza?, ¿no lo sabes? pero ¿acaso crees que existen pasajes o tratados donde te enseñen a amar como hasta ahora nunca has amado?, ¿crees que conociendo a Sócrates, Platón o Aristóteles tu alma se te ensanche y pueda cimbrar como la mía te lo ha mostrado?. Yo te digo que no...
Perdóname por esta carta, aunque sé que nunca la enviaré. Primero porque no sé... dónde estás y segundo, porque después de amarte tanto, el alma que te escribe no te quiere ofender.
Eva se apresuró. Sus manos sudaban. Le pareció que el aire apenas alcanzaba su pecho. Extendió la mano. Su palma derecha tocó la áspera piel vegetal del árbol. Abrió los dedos. Oyó el retumbo de su cuerpo que palpitaba entero queriendo salirse de su envoltorio. Cerró los ojos. Entreabrió los párpados. Seguía de pié en el mismo lugar. Estaba viva. Nada había cambiado. No moriría, pensó. Comería y no moriría. Envalentonada se acercó a la rama más baja, tomó el fruto oscuro, suave al tacto. Lo llevó a su boca y lo mordió . . .
'Nunca he sido capaz de leer un libro de poesía desde el principio hasta el final. Y hablo de los buenos. Lo que hago es leer un poema y dejarlo. Luego retomo el libro, y así.'